Tras un pedazo de sol
preñado en salud de luz,
entre el acento andaluz
y los besos, y las risas
carcajeando sus brisas
al calor del pueblo llano,
Bielorrusia desparrama
su futuro en la amalgama
del amor entre sus manos.
Vuelven los niños del norte:
perfumados de carencias,
destilando sus herencias
que se me antojan dormidas,
olvidadas, reprimidas,
desteñidas al jugar
y sonreír sin cadena,
alejando de la escena
la condena nuclear.
Qué suerte nacernos sanos;
qué injusto nacer marcado;
qué grato es ver que, volcados
sin recompensa aparente,
tanta gente le haga frente
con el valor del cariño,
a la lágrima heredada,
entreverada –marcada–
en la mirada de un niño…