Este es un recuerdo para todos los que hicieron posible aquel milagro o cambio admirable en nuestro país, hace ahora treinta años, el paso de la dictadura a la democracia en España. Una melancolía agridulce nos atraviesa el alma por lo que tuvo de arriesgada operación que, por fortuna, llegó a buen término.
Conmemoramos los millones de personas anónimas cuyo protagonismo, después de muchos años, consistió en ir a votar con entusiasmo y quizás con algo de temor. Recordamos a todos aquellos que tomaron la situación con mesura y discreción desde su trabajo, desde la responsabilidad de cada uno. Los hombres, las mujeres de España, gran parte de ellos nacidos durante la ominosa dictadura, los que supieron perdonar y no tuvieron en cuenta nuestra historia reciente y miraron mejor al futuro, antes que al miedo a la libertad.
Hoy están en nuestras mentes los agentes sociales y los simples afiliados de los llamados “sindicatos ilegales”. Los profesionales todos que confiaron en el ritmo y el momento de nuestra Historia viva y en marcha. Muy en especial los profesores y maestros de los niños y los jóvenes de España, tantas veces arriesgados líderes en el anonimato que contribuyeron a minar el servilismo y crear espacios de libertad. Los trovadores de “España camisa blanca y de “Mi querida España”. Los policías que abandonaron el gris, el servicio y la obediencia antigua y la sustituyeron por la solicitud de la comunidad toda y la disciplina de la libertad. Los militares, quienes llenos de dudas y oscuridades terminaron por elegir el camino de la tolerancia y la defensa de los ciudadanos.
Pareció un sueño, pero muy lejos de eso, fue un ejercicio de sinceridad y realismo. Hoy vienen a la memoria los políticos que por entonces empezaban a brillar con luz propia y a la vista de todos, muy en especial los líderes carismáticos que en aquel momento necesitó este país, Adolfo Suárez y Felipe González. Honor a los que después de tanta soledad de España se atrevieron a volver dejando atrás patrias de adopción porque tenían hambre de de sus orígenes, de nuestras gentes y de nuestras cosas. Bienvenidos sean a nuestro recuerdo hoy todos los que cambiaron el estrés fascista de “a la orden de usted” y del “sí señorito” por el compromiso social y el trabajo escondido y permanente. Los empresarios que apostaron por aquella España nueva, se arriesgaron y no dieron la espantada por respuesta. Todos los que comprendieron que el bien común es infinitamente más importante que los privados y particulares.
Con una consideración muy especial, como una herida profunda que los creyentes llevamos de la arcaica Iglesia fascistoide y de cristiandad, rememoramos a los obispos, sacerdotes y religiosos, que abandonaron al fin la imagen encantada de un segundo “salvador”. Que no les valiera ni siquiera el Vaticano II y que entendieron la fe como paternalismo y confusión político religiosa, lejos de predicar que el Evangelio iguala verdad y libertad. Honor a tantos creyentes, obispos algunos, presbíteros, religiosos, a los laicos cristianos que por el contrario lucharon tanto contra la dictadura.
Bienvenidos a nuestro recuerdo sean todos aquellos que la propaganda vertical clasificaba como indeseables, abominables y que, a la postre, resultaron ser ciudadanos pacíficos, dispuestos a participar en el juego democrático. Los que tenían mucho que perder y perdieron, porque pertenecieron a la vieja “dedocracia” y, mal que bien, fueron a las urnas. Los incontables españoles sencillos, nobles familias del “curro” nacional de toda la vida, que desde sus hogares, pegados al televisor, vivieron paso a paso lo que no podían creer, con el alma en vilo, sin saber qué iban a hacer con ellos en esta nueva etapa, acostumbrados a ser perdedores frente a los victoriosos de todos los tiempos.
Sólo se ha andado un tramo de esta nueva Historia. Piénsese en las democracias consolidadas de Europa, centenarias algunas de ellas. Ni siquiera es éste el mejor momento, quizás, de la nuestra. Largo es el camino de la disciplina, la cultura, el entendimiento y la libertad.