A medida que mayo va muriendo
y va haciéndose un hueco la calor,
los barrios se engalanan del color
que a cada cruz de mayo representa
haciendo de la luz su vestimenta,
y arrancando al Rocío su motor.
Además de la fiesta de estos días,
nuestro pueblo se ha visto –como tantos–
tratando de saber cómo y a cuántos
vecinos salpicara el atropello
que ha dejado, a sus cuentas sin resuello,
y a sus sellos, mojados con sus llantos…
Mientras tanto, el político se afana
en hacer de sus logros, su balance:
parece que presiente cerca el trance
de pasar por las urnas nuevamente,
y vende sus progresos a la gente
tratando que el fracaso no le alcance.
Diría que la vida sigue igual,
de no ser por los bueyes del Rocío
que vuelven a mezclarse en el gentío
ansioso por cumplir su ritual.
Es decir, elementos sempiternos
del poder y la esencia cultural,
junto a estafas, componen un mural,
esta vez completado por los cuernos…