Consumismo y Navidad
son palabras que obligamos
a darse siempre la mano
en obscena comunión;
-en perfecta conjunción,
que diría un comerciante-,
consiguiendo a cada instante
ser el foco de atención. Se trata de una carrera
que dura unas dos semanas,
donde compras obligadas,
exceso y colesterol,
se van arremolinando
sin que importe dónde, cuándo,
el por qué, o el por qué no…
Y como toda carrera
que se precie como tal,
nuestra vieja Navidad
tiene previsto en un día,
su inicio y pistoletazo:
nuestro invernal chupinazo
jugando a la lotería.
Con las participaciones
y décimos en el bolsillo,
nos inventamos castillos
y cuentos de la lechera,
construyendo mil quimeras
que habrán de esfumarse luego,
sin ver que nuestras raíces
para ser o no felices,
no se plantan en dinero…