Si hay algo que define,
conoce y caracteriza
la impertérrita paliza
del toma y daca del metro,
es el total desconcierto
-tan cambiante y variopinto-
que lleva ya un tiempo a cuestas,
sufriendo tantas propuestas,
el barrio de Montequinto.
Si se decide que el metro
circule bajo el asfalto,
no pasa ni medio asalto
del mal combate político,
para que el cambio fatídico
de estrategia se confirme:
se pasa al tren sobre el firme;
se cambian todos los planes;
se provocan los desmanes
por un plan en que se emperran,
y al prever los espolones
del tema en las elecciones,
vuelve el metro bajo tierra.
En este cuento, además,
-que es el de nunca acabar-
aparecen en escena
unas nuevas invitadas:
las necesarias paradas
que el tren habrá de tener;
de forma, que lo que antaño,
era una sola en un año,
ahora se convierte en tres…
Seguirá así la función:
sin saber como la historia
tendrá su postrer final;
sin conocer quien o cual
se hará del oro y la gloria.
Y de forma magistral
volveremos a su noria,
borrando de la memoria
tanta treta electoral…