Servicios religiosos ( Marcos 9, 29-36)

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Don Manuel se levanta temprano y comienza el día experimentando el amor de Dios como la brisa del amanecer. Dice misa y contempla que Dios mismo se pone en sus manos para entregarse a toda la humanidad. Por la mañana visita a muchos enfermos, muchos ya mayores como él, por eso los comprende tan bien, por eso les lleva tanto consuelo con su sola presencia. No falta la intercesión por un joven sin trabajo, ni la ayuda a una familia para pagar el recibo de la luz. Por la tarde siempre tiene algún grupo de personas a los que hablar de Jesucristo; unas veces los niños de las catequesis, otras el cursillo de novios, otras los hombres del bar de enfrente de la parroquia, esta vez en una catequesis silenciosa, hablando de otra cosa. Se acuesta temprano entre las manos de un amor que es la paz y el sentido de su vida. Manolo siempre aparece lleno de energía; los chavales con los que trata no entienden cómo a las siete y media de la mañana ya tiene ganas de gastarles bromas. Viene de rezar. En su trabajo es entregado, por todos se preocupa, a todos escucha, todos saben que siempre comprende, que nunca juzga. A medio día come cualquier cosa y ya está dispuesto para entregarse toda la tarde y parte de la noche a su comunidad cristiana: alienta a los voluntarios de cáritas, abre caminos de acercamiento con los inmigrantes y los marginados, juega con los niños y les enseña detalles del evangelio, hacer reír a los jóvenes y les hace comprender el misterioso amor que da la verdadera vida. Los militantes de la asociación de vecinos lo sienten como compañero en la lucha por un mundo más justo. A última hora de la tarde, en la eucaristía, entrega a Dios toda su vida y la de toda su gente, es feliz. Cuando llega a casa, a veces se perdona la oración de la noche, la cambia por el silencio y la paz con que lo envuelve el sueño.

Sor Manuela muy temprano reza con su comunidad, comienza el día en la presencia de un Dios que ella sabe que se hace pobre: a todas las niñas que cuida las pone en las manos del Señor, una a una, rostro a rostro, historia a historia. Durante el día briega con el genio de las adolescentes que sin saber porqué desatan su genio con quien mejor las ha cuidado nunca. A veces pierde los nervios y la paz, dura poco, las quiere de verdad a todas… Por la tarde en la parroquia en la que colabora trabaja con otros chavales y chavalas con mejor suerte que los de su casa; cómo le irritan la superficialidad y el consumismo en el que viven; pero sabe que no tienen culpa, los tiempos que corren son así. Celebra la misa en la parroquia; siempre le parece que el sacerdote la dice demasiado deprisa, a ella le gusta saborear la oración y la palabra, hacer silencio de eucaristía. De vuelta a la casa la oración de la noche consigue unir tantas vidas tan distintas, tanto amor despistado, en el amor y la vida de Jesucristo, así lo vive ella.

Posiblemente ninguno de ellos saldrá nunca en los medios de comunicación nacionales. Posiblemente alguien piense que su vida es una pérdida, que han sido necios por renunciar a muchos placeres de la vida. “Jesús se sentó, llamó a los Doce  y les dijo: Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.

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