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Cínico o hipócrita

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(Mateo 7,21-27) EN LO CONCRETO de la vida se juega la verdadera figura de nuestro ser. No son tus sentimientos, ni tu ideología lo que te define. Es lo que haces lo que te define: ¿Cuáles son tus diversiones?, ¿en qué empleas tu dinero?, ¿cómo te comportas en tu trabajo, con tus compañeros; en tu casa, con los tuyos? ¿Cuánto tiempo dedicas a la solidaridad con los más pobres? ¿Qué es lo que buscabas al elegir tu profesión? ¿Cómo reaccionas ante el que tiene poder?, ¿y ante el débil y sin recursos? ¿Son los pobres tus amigos? (…)

Como en cada una de sus palabras, Jesús da en el clavo: “No todo el que dice “Señor, Señor” entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo”.

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Somos muy dados a creernos nuestros propios engaños y a pensar que somos solidarios por tener buenos sentimientos delante del televisor. Aunque despreciemos a personas de otras razas o de otros países no nos consideramos xenófobos o racistas porque ante una película de “nazis” nos sentimos solidarios con los judíos. Somos tan sensibles a la lucha por la justicia que apoyamos, desde el bar de la esquina, las rebeliones de los pueblos del norte de África.

La tentación de la hipocresía no es privativa de los cristianos. Cualquier persona que busque vivir conforme a un horizonte exigente de vida, que quiera asumir valores verdaderamente trascendentes, que opte por desarrollar la fuerza de su propia humanidad, tiene que lidiar con esa tentación. Los únicos que se ven libres de la hipocresía son los cínicos que hacen de su propio egoísmo el único horizonte de vida. Por eso, no te desanimes cuando descubras que sólo dices “Señor, Señor”. Ese es el primer paso para cimentar tu vida en la verdad.

 

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