Os deseo de corazón, y de parte de nuestro Señor Jesucristo, que seáis felices y que viváis una paz honda en vuestro corazón. Él es el hombre verdadero, la persona auténticamente humana, el sentido verdadero de toda la historia. En Él, en nuestro encuentro hondo y profundo con su Espíritu, encontramos la reconciliación plena de nuestra vida. Una reconciliación que no esconde nuestras limitaciones, sino que nos las hace reconocer; una reconciliación, que no nos humilla, porque nace de una ternura inmensa, como sólo Dios puede darnos; una reconciliación que cambia y transforma el corazón egoísta y las estructuras injustas. De Él nace todo.
¿Cómo íbamos a imaginarnos que toda la grandeza y la misericordia de Dios iban a hacerse carne para abrazarnos y entregarse, para mirarnos y hablarnos al corazón?
Jesucristo no vino a ser rey de reyes, ni señor de señores; vino a ser Señor de hombres y mujeres libres, aunque suene paradójico. Vino a engendrar en ti, en todos, una libertad, un amor y una entrega como no podías ni imaginar. Porque es el sentido verdadero de la historia, es el principio y el fin de toda la creación.
No te resistas más. Por muy sordo que te hagas más fuerte es su llamada al amor en tu vida, siempre y en todos los acontecimientos. No te resistas más, y deja que llene el hueco de amor que crece en tu vida a cada paso. El amor de Jesucristo fue tan grande y tan absoluto en la noche de la cruz que no dejará de resonar su llamada hasta que todos, desde nuestra libertad plena, nos entreguemos a los otros, a los más pobres, a su propia persona.