(Marcos 5,21-43) LA SABIDURÍA de los otros mueve a admiración o a envidia; a no ser que reconociendo nuestro desconocimiento dejemos libre un “espacio” en nosotros para aprender. La necesidad de llenarnos con riquezas materiales nos hace caer en un egoísmo que nos esteriliza para la vida y para los demás; solo los que comparten o arriesgan lo que tienen para generar riqueza, solo los que apuestan por disminuir pueden aumentar el bienestar de todos.
El afán de ser honrados, de que hablen bien de nosotros nos va haciendo hipócritas, falsos, tibios; sin querer molestar a nadie con nuestra libertad de conciencia, la perdemos; sin buscar la verdad que brota de la realidad y de la vida, nos conformamos con lugares comunes, con lo políticamente correcto, con ideas que ni iluminan ni nos mueven.
Para que las ruedas puedan acoger los ejes que soportan el carro y rueden, deben tener el centro vacío, hueco. Los chinos decían esto del emperador; su labor era estar ahí, sin hacer, sin ocupar el puesto de los demás, para que el reino avanzara como las ruedas de un carro.
Jesucristo siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Y nosotros, solo cuando reconocemos la verdad de nuestra pobreza, podemos abrirnos a la inmensa riqueza que es el conocimiento de Jesucristo en nuestra vida. Vacíate de ti mismo, póstrate ante el Cristo, como Jairo o como la hemorroisa, y sabrás qué significa la gracia de tener a Cristo como salvador, como Hermano.