(Mc 9, 2-10) CUANDO JESÚS va a iniciar el camino hacia Jerusalén, donde se va a enfrentar con las autoridades judías y los discípulos van a vivir el momento de la prueba más grande, se los lleva a un monte alto, y allí les hace experimentar la luz y la plenitud del amor con el que los ama. Juan, Pedro y Santiago vieron, en la transparencia de la carne de su amigo, un amor que todo lo iluminaba. Después vendrían los enfrentamientos, la clandestinidad, el prendimiento, la muerte en cruz; pero ellos ya sabían, oscuramente, de un amor que todo lo ilumina.
En nuestra vida también es así. Toda entrega, todo compromiso, todo amor sincero nace de la experiencia de la luz íntima que tiene la vida. Descubres la luz que tiene una persona en su interior, y te enamoras de ella. Te admiras de la belleza y la perfección de la naturaleza, y te conviertes en sincero ecologista. Miras el alma de quien está sufriendo, y te entregas en su consuelo y su cuidado.
Te sientes inundado un día por el amor de Dios, y ya no puedes dejar de creer en Él, en todo momento.
En esta cuaresma no te quedes en la oscuridad de tus pecados, de tus pequeños o grandes egoísmos, en la mediocridad de tus transgresiones. Cuaresma es tiempo de mirar la grandeza de Dios. Arrepiéntete de tus pecados, pero pon tu corazón en la Buena Noticia de que Jesucristo es la vida y el destino de la humanidad y de cada persona. Experimenta que Él siempre nos enriquece con su amor.