En contraposición con la alegría de barrio que llega cada Jueves Santo desde El Amparo, Vera-Cruz sigue teniendo una cita con esta jornada para poner el contrapunto solemne, el sabor añejo y de historia, a unas horas que comienzan a ser de recogimiento, de Sagrario y de encuentro con el cuerpo de Cristo.
Y no hay mayor representación del Señor en la tierra que la talla del Cristo crucificado de Vera-Cruz, que volvió a entrecortar el cuerpo a su paso, a helar el ambiente, en su racheado caminar sobre ese monte de lirios morados.
El silencio, como no puede ser de otra forma, envuelve el discurrir de Cristo muerto en la cruz, en un Jueves Santo que también sabe guardar silencio, como preludio de una Madrugada que está por llegar.
Y si hay que ponerle música al procesionar de la Hermandad de la Vera-Cruz, nada mejor que los sones que acompañan en su paseo por Dos Hermanas a la Virgen del Mayor Dolor. Marchas de corte clásico, con regusto fúnebre, que deja esa sensación en el público que contempla la cofradía de que acaba de ver una auténtica procesión de Semana Santa, de las de manual o de las que se deberían mostrar para conocer la Semana Santa.
Sobre todo, en los últimos compases del jueves, cuando metida en la noche, la cofradía busca por San Sebastián su capilla.