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Vejez prematura

Marcos 1, 21-28

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Con los años vienen los achaques y las limitaciones de nuestro cuerpo. Es un proceso natural y casi me atrevería a decir que bueno y necesario.

Cuando hemos comprendido que no por mucha actividad se consigue más; y que si no seguimos el rumbo adecuado, mientras más avanzamos más nos perdemos; cuando hemos alcanzado la madurez de la humildad de asumir que no todo lo podemos y que es mucho mejor así, nuestro cuerpo nos acompaña y nos invita a una serenidad contemplativa, a ir realizando las tareas que con suavidad cotidiana nos ponen al servicio de la voluntad de Dios.

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Pero algunas veces nos embarga una vejez prematura, fruto de la desesperanza y de nuestros errores repetidos hasta paralizarnos. La vejez prematura no es fruto de la artrosis de las articulaciones, sino de una especie muy común de reúma del alma.

Nuestras actitudes de egoísmo y de indiferencia ante el dolor ajeno se han enquistado en nuestro corazón, y cada vez que nos proponen hacer algo nuevo, ayudar a alguna persona, vivir una fe más auténtica, es como si nos dolieran las rodillas y las manos por inflamación del miedo y la pereza. Hay jóvenes con vejez prematura, pero la edad más propensa son los 50…

Y lo peor de estas edades nuestras es que siempre tenemos razones sobradas para seguir paralizados y artríticos de corazón. Quizás por eso cuando en el evangelio del próximo domingo Jesús cura al hombre de la mano paralizada, le dice: Cállate. Razones para seguir dolorido tienes muchas; motivos para seguir postrado también. Pero sólo acogiendo la autoridad de la palabra y la persona de Jesús podrás recuperar la alegría de vivir.

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