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Maternidad La Esperanza

Lucas 1, 26-38

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SOÑAMOS EN REALIZAR grandes proyectos, en tener planes de futuro, en cumplir nuestras aspiraciones, y olvidamos que la mayor aventura y el mayor proyecto es tener y criar los hijos.
David quiso hacer un templo de cedro para Dios, y será por un niño débil y tembloroso donde su dinastía será eterna.

Augusto quiso hacer un censo de todo su imperio para saber sobre cuántos hombres dominaba, y el príncipe de la paz nació en su imperio sin que él pudiera sospecharlo. Nos empeñamos en ganarnos la aceptación de los demás con lo que hacemos y decimos, y son los hijos los que prolongan nuestra vida más allá de lo que podemos siquiera soñar.

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Vivimos una cultura antivitalista, mustia por consumismo, aburrida de satisfacción. Nuestra cultura reniega de la vida; desde que el sexo se consume sin «peligros», una nube mortecina de silencio se cierne sobre nuestras calles. Gracias a Dios que los inmigrantes, que luchan por la supervivencia, llegan a nuestra tierra con un profundo amor a la vida.

Lo más valioso que tiene una persona es su cuerpo; entregarlo es entregarse; entregarlo por entero, entregarse enteramente. Así hicieron María y José, cada uno de una manera, y pudieron colaborar con el proyecto de salvación de Dios mismo. Así lo hicieron nuestros padres, e hicieron que pudiéramos ver la luz del día, vivir también nosotros en el amor.

Engendrar a los hijos, darlos a luz, cuidarlos, educarlos para que sean personas que amen la vida…; desde que el Altísimo se hizo hombre en cada niño podemos ver el rostro de Dios.

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