A Juan XXIII en el cincuenta aniversario del Concilio Vaticano II.
Calada su canoa, como un barril con patas, generoso vino repartió el papa Juan con su palabra atenta y caminar solícito y sereno. Educador de la marca “obras son amores” de Jesús de Nazareth.
Creció in Sotto il Monte, tomado de la mano y la mirada de sus padres, de Juan y Mariana, campesinos. Fue oficial enfermero en la paz y en la guerra. Mensajero de bajos vuelos. Sanador, pues, de locuras de andar por las alturas, maestro cercano, accesible y sencillo, dialogante. Dijéramos caído de un filme de Fellini transido de ternura.
Diplomático sutil, de palabra artesana, tolerante y cordial, pastor de buen humor, efusivo, inteligente, humano. Cuando aquella noche, víspera del comienzo del concilio, bajo la preciosa luna, una multitud se acercó a la plaza de San Pedro con velas encendidas, el papa se dirigió a las gentes y, además de otras empirias, dijo: “…quando tornate a casa, fatte una carezza al votri bambini…”
Conciliador meridiano de conciliar próximos y lejanos: in Piazza Vechia de la vieja ciudad de Bérgamo, la fontana llora tu ausencia.