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Pórtico de Gloria

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(Mateo 5,1-13) A mí, el evangelio de Mateo siempre me ha parecido la más adusta y seria de las cuatro miradas que la Iglesia nos ofrece para que conozcamos la Buena Noticia que es Jesucristo.

En este evangelio, Jesús aparece o enseñando a sus discípulos o caminando delante de ellos. La más extensa de esas enseñanzas se abre con un poema de fuerza y sencillez sorprendente. «¡Felices! ¡Bienaventurados! ¡Alegres!» nos llama Jesús a todos los que intentamos seguirle con sinceridad. Y no dice que lo seremos, o que debiéramos serlo; sino que grita con fuerza una verdad que a veces está un poco oculta. Pero no, por estar oculto en la mina, el diamante deja de estar ahí.

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La plenitud de la vida está tan cerca de ti… Sólo basta con que quites la tierra del pedestal que te has construido; o que derribes la tapia, también de tierra, que te aísla del Padre y de los hermanos. El tesoro está ahí, y no deja de ser tuyo.
Tus lágrimas se secarán; tus heridas cicatrizarán definitivamente; tu hambre y tu sed se verán saciadas; el hambre de todos los hijos de Dios desaparecerá; y todos los hombres y mujeres del mundo podremos vivir como hermanos. Cada persona podrá vivir en la claridad de la presencia del absoluto de Dios en su vida, y todos nos sabremos colmados por su gracia.

¿Qué cómo puedes hacer para comenzar a vivir todo esto? (…) Mejor que Mateo no lo te lo puedo contar yo.   Lee los capítulos 5, 6 y 7 del evangelio; y si en algún momento te falta una sonrisa en los labios es que no lo has entendido bien: deja pasar un poco de tiempo, recuerda que eres sólo una persona, y vuelve a leerlo

 

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