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Aditivos alimentarios

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Una madrugada de feria, hace 12 ó 13 años, volvía mi hija a casa nerviosa y asustada. ¿Qué te ocurre? le preguntamos.Enciende la luz del salón, respondió. Mirad mi cara. Mi esposa y yo no dábamos crédito a lo que estábamos viendo. Tenía un ojo hinchado y cerrado; los labios dilatados; las mejillas engrosadas; … el rostro deformado.

 

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Al punto acudimos a urgencias donde se le diagnosticó intoxicación alimentaria. A partir de ahí comenzó un largo, larguísimo, proceso de consultas médicas en que los profesionales sanitarios iban dando «palos de ciego» enviando a mi hija de un galeno a otro.

Entretanto ella periódicamente padecía hinchazones (angioedemas) en manos, pies, garganta sin conocer el motivo. Al fin el destino quiso que hallásemos el profesional definitivo: un alergólogo pragmático, preparado, experto, con unas dosis de humanidad fuera de lo común.

Siguió el riguroso método científico, esto es, observación, experimentación, recopilación de datos, etcétera, que me recordaba a mis años de enseñante de Química. Al cabo sobrevino el veredicto. Aditivos alimentarios. Alguno de ellos era la causa del problema. Pero ¿cuál?

Indagué, estudié y conseguí un tratado sobre reaccines perniciosas de los aditivos que me proporcionó el Instituto de Toxicología. La investigación, por mi parte fue ingente. Todos los alimentos que compramos y consumimos llevan aditivos. Yogures, carnes, pescados, flanes, gambas, helados, lentejas, garbanzos, mayonesas, vinos, refrescos, caramelos, zumos, embutidos, ¡incluso el jamón!
Ahora entiendo porqué no se estropean los alimentos. Están codificados sistemáticamente de esta manera, llevan la letra E en el envase y un número: Colorantes desde E 100 hasta E 180; conservantes desde E 200 hasta 290; antioxidantes E 300 a E 321; estabilizantes E 322 a E 494; edulcorantes E 420 – E 421; disolventes, hidrocarburos, almidones y otros.

No deseo aburrir al lector. Todo ello aparece en el dorso de las bolsas de congelados, en las latas de conserva, en las cajas de cereales, en las tartas y dulces. Miren la letra pequeña, pequeñísima, y leerán un E 306 o E 225…
Pero no leerán los efectos perniciosos para la salud del consumidor. Porque los aditivos son como las medicinas. Siempre producen, o pueden producir, reacciones adversas. A veces letales.

Por cierto, mi hija no puede ingerir jamás chocolate. Si en alguna ocasión tienen diarreas, vómitos, erupcines en la piel o alguna otra anomalía orgánica piensen e indaguen en lo que han comido.

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