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¿Y si te lo preguntan?

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(Lucas 3, 15-22)Imagínate que te preguntan quién es, o quién fue, Jesucristo. Imagínate que te lo pregunta alguien que nunca ha sabido nada de él, un inmigrante africano, asiático o de la Europa más secularizada. ¿Qué le dirías?
No. No sigas leyendo este comentario. ¿Qué le dirías?

 

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No es fácil. En seguida podemos convertirlo en una figura milagrosa ante la que refugiarnos infantilmente en nuestros miedos. O en un sabio que ideó una magnífica doctrina moral para el mundo. O en un héroe de la justicia a favor de los más pobres. O en un místico que tenía delirios de ser Hijo de Dios. O en… Es difícil, ¿verdad? Es difícil hablar de Jesucristo sin reducirlo, sin manipularlo. Eso es lo que le tocó a los primeros cristianos cuando comenzaron a hablar de él en las sinagogas de los judíos y en las plazas de los paganos.

Una visión deformada de Jesucristo nos hará verlo como juez y nuestra vida se convertirá en un juicio constante, en un infierno. O en un amigote que siempre nos da la razón; así, nuestra vida carecerá de profundidad humana y será un gran vacío. O en un sabio de profundas intuiciones y nuestros esfuerzos serán por ser sabios y entendidos, despreciando a quién no lo puede ser.

Pero no te apures, nunca llegaremos a hablar de Jesucristo como es debido. Así que hazlo sin reparos; habla de tu experiencia de fe, de los momentos por los que has ido madurando tu visión de su persona; habla de cómo ha ido impulsando tu vida y de cómo te ha ayudado tantas veces, de cómo te acercó a los más pobres. Sólo hay una condición para hablar de Jesucristo, sólo una: hablar con Él, aunque sea de vez en vez.

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