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    Silencio hecho grito

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    (Lucas 1,39-45) Mucho tiempo estuvo Dios hablando en el silencio del corazón de cada hombre. Desde el principio de la creación su voz ha resonado en la hermosura y en la libertad que vivimos. Pero quiso que su palabra se hiciera carne y que su presencia se hiciera grito, canto, anuncio, protesta, manifestación y poema.

    El silencio elocuente de Dios tomó carne en el cuerpo de una mujer e hizo suya todas las causas verdaderamente humanas. Hizo suya la causa de los pueblos que viven sin libertad y la grita y la exige cada día. Hizo suya la causa de los que vienen buscando pan y paz a nuestro mundo y conmueve el corazón de cada persona para que vea en el inmigrante a un hermano. Hizo suya la causa de los que viven todavía en el vientre de sus madres y protesta y llora cuando se quiere hacer pasar por inocuo lo que es la eliminación de una vida humana. Hizo suya la causa de los que adocenados por el consumismo y la superficialidad viven, vivimos, sin color, sin esperanza, sin ilusión la vida.

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    El silencio de Dios en tu vida quiere también hacerse grito, como en Isabel y María en el evangelio de esta semana. Como en el niño que al nacer necesita llorar para llenar de vida sus pulmones, tu fe y tu vida necesitan una causa a la que entregarse, unas personas a las que mirar y saber que tu vida tiene sentido. El grito de Dios, ahora, vuelve a ser silencioso. Se necesitan altavoces.

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