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En memoria de María Cárdenas

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En los primeros días del mes de abril de un año no muy propicio para España, en la localidad sevillana de El Saucejo, nació alguien que para muchos fue bastante especial. Eran tiempos de disputas entre hermanos, guerras civiles, hambre y carros llevando piedras, que a pesar de no gustarnos mucho, trajeron durante un tiempo, al menos, un poco de comida a la casa (sí hija, el carro siempre por medio).Como podemos comprobar, María Cárdenas nació cuando la primavera estaba floreciendo, supongo que será por ello por lo que siempre irradió alegría allá por donde pasaba.

No nació en el seno de una familia acomodada, como se solía decir por aquellos entonces, pero solo con el amor que salía de aquella casa, bastaba para enriquecer a cualquiera que estuviera cerca de ellos.
 

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Cuando contaba con apenas trece años, tuvo que salir de su querido pueblo, por razones de trabajo familiares y aún a pocos días de su repentina muerte seguía soñando con su Saucejo natal. Llegó a Dos Hermanas y es aquí donde puede que comience la historia de una gran mujer.
Se hizo un hueco entre los nazarenos, llevando la alegría y las ganas de vivir a todo el que la rodeaba y comenzó trabajando en los famosos almacenes de aceitunas de este pueblo. Había y hay gente que aún no sabe que ella no era de aquí de lo mucho que llegó a integrarse, era más nazarena que muchos de los oriundos.
Se casó joven y tuvo dos hijas, Dolores y Ana María, de las cuales, años más tarde nacieron: Almudena y Patricia de la primera y María de la segunda, repectivamente. Sus niñas, como ella  decía a las cinco, eran su vida, por ellas se desvivía y si hacia falta se privaba de lo que fuese antes de que les faltase algo o les pudiera pasar lo más mínimo.
Como en toda casa de familia, hubo momentos más tristes que otros y algunos que trajeron la ilusión y las ganas de seguir “palante”, como ella decía, pero siempre estaba ahí, para decirnos que no todo estaba perdido.
Con los años, volvieron los mundillos y ese encaje de bolillos que siendo niña aprendió y que luego en la edad de plata prosiguió en los talleres de la Delegación de la Mujer, y que presentaba cada año.
Siempre había algo de ilusión y de luz, que podía hacer que María sonriera y que tuviera ganas de mil cosas más cada día.
Nunca podía estar quieta, siempre tenía que tener algo entre las manos y  también en esa tercera edad, de la que ella no quería oír hablar, pues decía que todavía no había pasado ni la primera, y es que otro de los dones que tenía era el buen humor que le afloraba, pese a todo.
Pues en esa tercera edad sacó su titulación de graduado escolar y presumía entre sus amistades de que nunca es tarde para nada si hay ganas de innovar en la vida.
Y, aunque esta historia nadie quería que llegara a su fin, en diciembre de 2002 le diagnosticaron una de esas enfermedades que parecen estar de moda y que nadie quiere oír nombrar: cáncer.
Todos pensábamos que ella la superaría porque la vitalidad que desprendía nos hacía sentir a los que estábamos a su lado, que como tantas otras barreras que le había puesto la vida por delante, esa también la pasaría; pero este toro no lo pudo lidiar.
Y no es decir que no luchó, porque fue a sus tratamientos, hizo todo lo que le decían los médicos a rajatabla, pero como Él es el que rige nuestras vidas, pues en la suya ya no podían mandar los de aquí abajo.
Muchas veces hemos llegado a pensar, que fue una injusticia, pero sabemos, aunque no podamos llegar a aceptarlo del todo, que Él sabe lo que hace y que a lo mejor ya le había llegado la hora de descansar, y que de todos modos, no nos abandonaba, sino que nos regalaba un ángel más, para que siguiera velando por nosotros, esta vez desde arriba.
Concluyó su vida el día que comenzaba la primavera, el 21 de marzo del año 2004. Es por ello, que ahora que se cumplen dos años de su muerte, por lo que una vez  más queremos agradecerle el que haya existido al menos con una letras.
Hace unos meses, hubo un evento importante en la casa, el cual, cada vez que surgía un nuevo preparativo, nos faltaba su presencia, pues sabemos que ella los hubiera vivido con bastante ilusión y alegría. Eran unos momentos que sabíamos, que pese a la alegría del día en sí, nos invadía un halo de tristeza de no tenerla presente, pero hoy, sabemos que sí, que estuvo allí, pues nos lo demostró haciendo que todo fuera luz. Pasarán los días, los meses, incluso los años y sentiremos su ausencia presencial en nuestras vidas, en los momentos más tristes y en los más alegres, en los más importantes y también en los menos; pero sabremos al mirar al cielo, que si brilla el sol, ella nos estará mandando energía para “tirar palante” y si de noche miramos de nuevo y vemos una estrella que resalta entre las demás, seguiremos “tirando del carro, que lleva esa estrella, que por su magnitud, nadie más puede con ella”.

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