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(Jn 6, 51-58) LA FORMA PAGANA de creer en Dios lo entiende como ajeno a nuestra vida; nosotros, con ofrendas y sacrificios, podemos ganarnos su favor. Así lo viven muchas personas. El creyente entiende a Dios cerca de nosotros, acompañándonos en el camino de nuestra vida, protegiéndonos en todo momento, y dejando que desde nuestra libertad crezcamos y maduremos como personas.

Es coherentemente paradójico cómo, los que creemos en Dios, vemos las dificultades de nuestra vida, las enfermedades y los problemas como pruebas de un Dios que nos ama y nos protege. Dios nos quiere y nos acompaña en ellas, no nos quiere niños malcriados que no saben amar. El Señor quiere que aprendamos a amar, y en algunos momentos las lecciones son duras.

La eucaristía, sacramento del cuerpo de Cristo entregado en la cruz y resucitado por nosotros, es signo de esta realidad amantemente contradictoria. La eucaristía nos acompaña en nuestras debilidades y nuestras alegrías, en nuestras dificultades y nuestras fortalezas, en lo íntimo de nuestro corazón y, en estos días, haciéndose presente en las calles y barrios de nuestros pueblos.

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Dios no espera que vayamos a verlo, él se adelanta siempre, viene a buscarnos para acompañarnos y para que hagamos de toda nuestra vida un camino de fe, en el que acoger a Dios y a los más pobres, en el que alabar su bondad.

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