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Palabras sencillas

como cristo
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(Juan 14,1-12) LAS COMPARACIONES que se hacen de Jesús en el Evangelio son siempre con realidades muy sencillas: el camino, la puerta, la roca, la vid, el sembrador… El encuentro con Él en nuestra vida también se produce en lo sencillo, en el lado humilde de la vida.

Ese lado pobre y humilde de la vida es vivido, sobre todo, en la familia, en nuestra familia, con sus luces y sus sombras, con sus limitaciones y sus riquezas. En la familia aprendemos a ganar y a perder en los juegos con nuestros hermanos. En la familia aprendemos que siempre tenemos que ir al ritmo del más pequeño, del más débil. En la familia aprendemos a acoger con paciencia los defectos o las “peculiaridades” de los demás. En la familia aprendemos a amar, al ser amados incondicional y gratuitamente.

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En la familia aprendemos la dignidad del trabajo y del trabajador, y lo que sufren los pobres cuando falta el sustento diario o se consigue en constante inseguridad. En la familia aprendemos el sentido profundo y verdadero de la justicia social y de la solidaridad.

En la familia se nos despierta al sentido profundo de la vida, a la belleza y a la armonía, a la dignidad personal y a la compasión con el que sufre.

En la familia se nos abre a la confianza cierta de que el amor tiene la última palabra, a la fe sencilla, alentada en la respiración misma, de que lo primero es Dios. “Vosotros sois mis hermanos, somos una familia”, otro nombre sencillo que Cristo se da a sí mismo.

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