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(Juan 1, 29-34) LA LIBERACIÓN del pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto y su búsqueda de la libertad, alrededor del 1200 a. de C., es en la Biblia y en la fe cristiana prototipo de toda la lucha contra el mal y del proceso de libertad personal y social que los cristianos estamos invitados a vivir desde la fe y nuestro compromiso creyente.

Aquel momento en el que el pueblo se decide a romper con su esclavitud y a huir de sus opresores se sacramentaliza en una cena, en una comida: un cordero sin tacha, ni defecto que compartiría toda la familia. Era la última comida en tierra de esclavitud, la primera de su experiencia de libertad.

En la eucaristía llamamos a Jesucristo, hecho pan para nosotros en la consagración, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. La comunión es ya comida de libertad, todavía en tierra de esclavitud. Saboreamos el amor de Dios que nos libera de miedos y egoísmos, de nuestras obsesiones y parálisis, de nuestros rencores y culpabilidades; comulgamos la vida de Dios y somos llamados a plantar semillas de su reino de paz y de justicia en los ambientes sociales en los que vivimos. Vivir en profundidad la experiencia de la fe nos libera de nuestras cadenas, aunque todavía no de nuestras limitaciones, y nos sitúa en dinámica de quitar del mundo todo lo que hace daño a los hijos de Dios. 

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Que nunca nos acerquemos al pan de la libertad esclavos de la rutina y la superficialidad. Que tu deseo, al participar en la eucaristía, acompañe la voluntad de salvación para todos que el Padre tiene.

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