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(Lucas 16,1-13) ESTAMOS VIVIENDO momentos duros para muchas familias. Los precios de los productos básicos no paran de subir; y los sueldos, que subieron un poco hace unos meses, ya dan menos de sí que antes. Con la carestía de la vida, los pobres son más pobres. Muchas familias trabajadoras, en cuanto tienen un problema (una enfermedad o quedarse en paro), se ven en grandes dificultades para atender al alquiler o la hipoteca, a los gastos de los niños y de alimentación.

Pero no todos nos estamos empobreciendo; hay quien se enriquece con el sufrimiento y la angustia de los pobres. Así lo decía el profeta Amós: “pisoteáis al pobre, elimináis a los humildes”. Y así se sigue haciendo. Hay grandes empresas que se están enriqueciendo en esta situación; el propio gobierno sanea el déficit del estado a costa de empobrecer a los más humildes. Muchos sufren, y unos pocos atesoran para su propia ruina. El Reino de Dios, que Jesús inicia con su vida, su muerte y resurrección, es un reino en el que los pobres tienen vida, y vida en abundancia.

El Señor no quiere un mundo de ricos, sino un mundo en el que todas las personas tengan lo necesario para desarrollarse en libertad. “Nadie puede servir a dos señores; no se puede servir a Dios y al dinero”, dice Jesús. Tiene que llegar el día en los que los humildes abramos los ojos y el corazón, y juntos hagamos que en la tierra, como en el cielo, se haga la voluntad del Padre.

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