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(Lucas 11, 1-13) HAY VECES que la fe se deforma en mercantilismo sagrado. Las personas van al templo para pedir a Dios lo que necesitan: salud, prosperidad económica, ayuda en algún problema…; y para eso le ofrecen algún don: unas velas, unas flores o un sacrificio; otros pretenden recibir «de gratis», con solo pedirlo. La fe es mucho más que esto.

Creer es adorar. Postrarnos humildemente ante Quien sabemos que es Bondad Plena, y dejar que nuestra alma se esponje en esa bondad que intuimos, contemplamos, anhelamos y que irrumpe en nuestra vida.
Creer es escuchar la Palabra que da sentido a todo el universo y a nuestra propia vida. Sin que salgamos de nuestro asombro, Dios nos escucha y nos habla. Siendo el Dios Altísimo está pendiente de nuestras inquietudes, de nuestras necesidades, de lo más concreto de nuestra vida. Siendo el que Todo lo ha hecho, quiere contar con nosotros para seguir extendiendo el bien, nos envía a una misión. Nos habla al corazón, y nos ofrece una dignidad que nunca podríamos imaginar.

Creer es aceptar la amistad de Quien se hizo hombre como nosotros para acariciar con su carne la nuestra, y despertarnos al amor. Y, como amigos, compartimos las alegrías y la vida, le ofrecemos lo que tenemos, y le pedimos cuando necesitamos de Él. Muchas veces nace una amistad hermosa.

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Creer en Dios es algo hermoso, profundo e inexplicable.

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