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Empoderados

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como cristo
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(Lc 44, 46-53) ÚLTIMAMENTE, en el contexto de las ciencias sociales, se usa una palabra que me parece cacofónica: «empoderamiento». Me suena mal por dos motivos. Las palabras largas, que hay que respirar antes de pronunciarlas, nunca me han gustado. Sin embargo, su sentido es bueno: la adquisición de capacidades e independencia por parte de un grupo social desfavorecido para mejorar su situación; pero hace mención al “poder” sin vincularlo al amor ni al servicio. Y, sinceramente, ni el poder de Dios sería bueno si no nos hubiese mostrado Jesús que, tanto como su poder, el amor de Dios es infinito, y que siempre lo usa al servicio de todas las personas. Así lo hizo Él que es el Hijo de Dios.

El Espíritu Santo nos reviste de la fuerza de lo alto y nos capacita para vivir en paz los problemas más difíciles, para no dejarnos vencer por el desaliento y el conformismo, para buscar con creatividad solución a los problemas de los pobres, y para extender siempre la alegría del Evangelio.

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Cada día tenemos que pedir que el Señor nos envíe su Espíritu, que revista nuestra debilidad con su fuerza. “Yo solo le pido al Señor que me dé fuerzas para criar a mis hijos”, me decía una joven ante los problemas que tenía. Esa es la fuerza que queremos pedirle y que el Espíritu Santo quiere darnos.

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