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(Marcos 9,37-42) EL ENCUENTRO está siempre al principio de todo lo verdaderamente importante. Del silencioso crepitar de una zarza que ardía sin consumirse brota la Voz que llama a Moisés a ir a liberar a sus hermanos. En ese encuentro silencioso con “El-que-Es” está el comienzo de todo.

La costumbre hace que no nos sorprenda que en la iglesia sigamos recordando un acontecimiento perdido en los anales de la historia: la narración de cómo un grupo de israelitas escaparon de la esclavitud a la que estaban sometidos. Todos los pueblos, en algún momento, se han visto sometidos a la esclavitud, pero aquellos acontecimientos sucedieron en figura para nosotros.

Como Moisés, muchos estamos en una vida que no sentimos como nuestra; nos dejamos llevar por la rutina, pero no nos sentimos encajados en lo que hacemos. Como Moisés, el sufrimiento de nuestros hermanos que sentíamos lejano y apagado por la distancia y eltiempo vuelve a nosotros con el calor de las brasas. Como a Moisés, o como a la Samaritana, o como a Pedro, viene a nuestro encuentro

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Quien nos devuelve nuestro verdadero rostro en los que sufren. Los migrantes explotados, los refugiados de Ucrania o de África, las familias con amenaza de desahucio, los jóvenes en paro, los enfermos y los ancianos, los niños y las familias que viven desestructuradas, los enfermos mentales, los soldados que mueren en el sinsentido de la guerra… Si Dios te encuentra, buscarás dar frutos de verdad.

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