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(Lc 5, 1-11) LA CLAVE DE la vida es escuchar la llamada que Dios te hace en la transparencia de lo cotidiano. El día a día va mostrándonos, si nos paramos un poco, en qué se ha de resolver nuestra vida.

El profeta Isaías la descubrió en el templo, en una experiencia profunda de oración; Pedro el pescador de Galilea, cuando descubre que tenía delante de él alguien más grande de lo que podría imaginar; Saulo de Tarso la descubre ante el hastío y la contradicción de perseguir sin misericordia en nombre del Dios de la Misericordia. Si somos capaces de escuchar qué nos pide Dios y acogerlo, toda nuestra vida transcurrirá, con problemas y dificultades, pero con la certeza íntima de estar viviendo nuestra propia vida.

Pero después de esa opción fundamental, después de haber acogido la vocación de Dios que cimienta nuestra vida, tenemos que seguir atentos a las llamadas concretas que nos hace en las situaciones y personas que nos encontramos. ¿De qué sirvió escuchar la llamada a ser madre si, después, sabes más sobre la última telenovela turca que sobre la vida de tus hijos?; ¿de qué sirvió que le consagraras toda tu vida a Dios, si después esquivas el compromiso, disimulas tu orgullo y solo buscas la comodidad? Cada día tiene un reto, cada día tiene su afán.

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Alguna vez cuando Dios llamó a tu puerta tenías puestos los auriculares; pudo pasar, pero no lo escuchaste. Ese es el reto: ponerse en modo escucha.

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