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(Lc 1, 39-45) EN MUCHOS de nuestros barrios estáis trabajadoras de servicio a domicilio. Vuestra tarea es limpiar lo que otros ensucian, cuidar a niños que no son los vuestros y a ancianos que no son vuestros padres ni abuelos, comprar y cocinar cosas que no seréis vosotras quienes las comeréis. Algunas venís de muy lejos para esta tarea, a veces ingrata, en la que muchas ponéis cariño y amor.

La Virgen María, la Madre de Dios, también fue “personal de servicio”, también asumió la tarea de “ayuda a domicilio”. Ya el ángel Gabriel le había anunciado que iba a ser la madre del Salvador, y nada más saber que su pariente Isabel, que ya era mayor, estaba embarazada de seis meses, se puso en camino, en un viaje de varias jornadas, para ir a atenderla en todo lo que necesitara en su embarazo.

El Evangelio es así de sorprendente. Dios rompe siempre todos nuestros esquemas mentales y nuestros prejuicios sociales. Va mucho más allá que nosotros porque tiene siempre en cuenta a los últimos, a los que menos suerte o posibilidades han tenido en la vida, a los que, por lo que sea, les toca vivir la mirada condescendiente de los demás.

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Aunque a veces no os paguen lo que merece vuestro trabajo; aunque a veces “racaneen” con vuestros días de descanso; aunque a veces no os traten bien; tenéis que saber que en el evangelio conocemos a la Virgen María sirviendo en una casa, no siendo servida.

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