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(Marcos 10,2-12) COMUNIÓN Y PROCREACIÓN son los dos grandes dones que Dios quiso dar a la unión de amor entre un hombre y una mujer, al matrimonio.

Comunión íntima, en pie de igualdad, mutuamente sometida y entregada; en la que la mujer hace hombre a su marido, y el hombre hace mujer a su esposa. Una comunión de amor, que por ser don de Dios, tiene siempre vocación de eternidad. Ni acuerdo de intereses, ni derecho a reivindicar: el matrimonio es un don.

Procreación, que no mera reproducción, porque el hombre y la mujer al concebir un hijo se abren al misterio de la Creación del mismo Dios. Un misterio que los desborda, y que los compromete de por vida a una entrega de servicio gratuito y sacrificado en la que encuentran un sentido antes inimaginable.

Que el matrimonio sea un contrato entre iguales, es sólo una pequeñísima parte del misterio de amor que refleja el amor mismo de Dios. La paternidad y la maternidad son continua sorpresa que se acoge en la entrega a quien, en cuanto puede, se va de nuestras manos para vivir, él mismo, el don que Dios le da.

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¡Qué hermoso y difícil es el camino de este don!

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