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(Marcos 6,30-34) Hubo un tiempo en el que creía que con mi tesón, mis fuerzas y mi inteligencia podía triunfar en la vida. Creía que el mundo giraría en torno a mí, y nada me tendría que faltar. Pero vinieron las dificultades, los desengaños, las traiciones –propias-, y descubrí que una persona sola no es nada.

Hubo un tiempo en el que confiaba ciegamente en mis amigos, en mi pareja, en la fuerza que tiene la unión de voluntades para conseguir un fin. Pero vinieron las desavenencias, los celos estúpidos, las debilidades –propias y ajenas-, y descubrí que no solo las fuerzas, sino también las carencias de uno se multiplican por dos cuando somos dos.

Hubo un tiempo en el que la afirmación de la vida era el valor más grande; en el que lo cotidiano y lo pequeño se engrandecían en el valor de lo presente. Pero vino la enfermedad y el dolor, y el presente solo era un momento oscuro a la espera de más oscuridad.

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Hubo un momento, en el que comprendí que andaba cansado y desorientado, como oveja sin pastor; y me convencí –por fin- de que ni mi libertad, ni mis logros, ni mi propia vida tenía sentido si todo no toma asiento en una bondad grande que nos abraza en la alegría y el dolor, en la soledad y la compañía, en la vida y la muerte. Somos personas, no semi-dioses, y necesitamos la mirada, la guía, el abrazo y la cura del buen pastor.

Un día, Jesús de Nazaret vio a su pueblo y los vio cansados y desorientados como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles. Cuánto necesitamos la enseñanza del Buen Pastorque dé sentido con su palabra a nuestra vida. Él no solo enseña y conforta, también crea, con su palabra, lo inesperado.

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