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Marcos 9, 2-10 LA PEREZA y la esperanza tienen, ambas, rostros de adolescente. Sí, ya sé que son lo opuesto; pero así somos de contradictorios. Tienen los adolescentes ojos soñadores; se creen, un día, capaces de todo; y al día siguiente por un pequeño fracaso, atenazados por la inseguridad y el miedo, sucumben en la indolencia.

Todos somos siempre un poco adolescentes: inseguros, soñadores, necesitados de seguridad y de afecto, contradictorios… Por eso, uno de los enemigos más tenaces que hemos de vencer en nuestra vida es la indolencia para hacer lo que debemos, la pereza para realizar los esfuerzos y tener la constancia necesaria para vivir desde la vocación a la que Dios nos llama. Algunas veces, abandonamos antes de empezar un proyecto, tan seguro estamos de que no vamos a ser capaces, de que no vamos a tener el tesón necesario.

Los únicos antídotos contra la indolencia son la confianza y la esperanza. Poniendo nuestros ojos en lo que anhelamos, en lo que estamos llamados a vivir, los empeños del presente los asumiremos con energía y constancia. Contemplando la luz con la que el amor de Dios ilumina nuestro corazón, no nos vencerá el desaliento.

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Un día Jesús se llevó a Pedro, Juan y Santiago a una montaña alta y allí se transfiguró, les mostró quién era él de verdad, y qué significaba vivir con él en comunión. Después de la pasión, Pedro, Juan y Santiago se convirtieron en las columnas de la primera iglesia. Tanta esperanza encontraron en el rostro de Cristo, que nunca les pudo el desánimo.

No dejes nunca de contemplar el rostro de Cristo que, por su misericordia, ilumina toda tu vida. Es cuaresma.

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