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Continuamos con la evolución histórica de este emblemático espacio público de nuestra ciudad. En el siglo XVIII la plaza pública continuaba siendo el centro de la vida cotidiana de la entonces villa. En ella se mantenían los principales poderes de Dos-Hermanas (el político y religioso) y seguía plagada de diversos mesones y tabernas. Asimismo, ciertas casas continuaban teniendo soportales que servían de refugio a muchos pobres viandantes.

Sin embargo, en ocasiones, esos soportales no eran suficientes para protegerlos. Así, el 15 de diciembre de 1799, se enterró en el camposanto de la villa el cadáver de un pobre «que murió en la plaza, no se pudo saber su nombre y apellidos ni tampoco su patria; era como de sesenta y cinco años de edad, cano y pelado, vestido de paño vasto color de la lana». Y dos años antes, se enterró de caridad un pobre mendigo «que apareció muerto en el portal de una casa llamada la tabernilla, en la plaza de dicha villa; el que andaba malo y dixo por el pueblo ser natural de Santander, de las montañas, era como de sesenta años de edad, calvo, redondo de cara, pelo y barba negra, y no se pudo averiguar su nombre y apellido».

A lo largo de este «Siglo de las Luces» la plaza continuó siendo el principal escenario de las fiestas patronales, convirtiéndose además en el lugar preferido por los vecinos más adinerados como zona de paseo. También era nuevamente donde los comerciantes y agricultores vendían sus productos a los vecinos, pues en esta plaza se celebraba el mercado al aire libre (recordemos que no será hasta fines del siglo XIX cuando se construya el primer mercado de abastos de la villa).

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Algo curioso es que no aparezca reflejado este espacio en los distintos padrones de vecinos redactados en los siglos XVI-XVIII, lo cual es debido a que a ella no daban las puertas principales de las pocas casas particulares que ella se encontraban.
Asimismo, en esta plaza se ubicaron la enigmática ermita de la Soledad, de la que no quedó rastro (tan solo documental), y también un extenso solar que fue propiedad de la hermandad de la Divina Pastora. Solar donde, andado el tiempo, sería construido el antes mencionado mercado de abastos y hoy forma parte de la actual plaza de la Constitución.
En la siguiente entrega, proseguiremos con este breve recorrido histórico, adentrándonos en el siglo XIX, mucho más rico en datos.

Vecinos destacados
No fue ésta una plaza habitada por numerosos vecinos, pues casi toda ella estaba ocupada por edificios públicos (el consistorio, la parroquia, el pósito y carnicerías públicas, entre otros), y los pocos edificios particulares no tenían en ella su puerta principal, sino postigos y puertas traseras.
En cualquier caso, dos son los vecinos que destacaremos. Por un lado, el mesonero Bartolomé de Espinosa, que llegó a ser uno de los personajes más adinerados de la Dos-Hermanas de la primera mitad del siglo XVI. Su mesón, ubicado casi en el arranque de la actual calle Santa María Magdalena, era el más frecuentado del lugar, lo que le permitió amasar una considerable fortuna.
El otro vecino que reseñaremos fue el canónigo hispalense don Diego de Ulloque, cuya bodega y lagar también se abría a esta plaza. Tan espacioso era su inmueble que en este se celebraban representaciones teatrales, algunas de ellas (como la de 1649) envueltas en la polémica. Si bien no sabemos con exactitud dónde se encontraba esta propiedad del canónigo, es muy probable que estuviera donde más tarde se alzó la hacienda del Estudiante, en cuyo solar se levantan hoy parte del Ayuntamiento y diversas casas particulares.

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