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(Marcos 13,33-37) VIVIMOS ESTA vida nuestra en constante ambigüedad. Ponemos una vela a Dios y otra, si no al diablo, sí a las sombras que esa figura representa. Y así vivimos acostumbrados a un “poquito de hipocresía”. Solo cuando reconocemos con sinceridad nuestras limitaciones caminamos en la verdad de la humildad. Otras veces empleamos la mayor parte de nuestros esfuerzos por disimular nuestras deficiencias sin empeñarnos en solucionarlas. Nos parecemos a políticos en permanente campaña electoral: “Los problemas no lo son tanto; la culpa de todo la tienen los demás”.

Todos tenemos en nuestra vida “centros de salud acabados y eternamente vallados por no se sabe qué trabas”, y “magníficos y modernistas edificios proyectados para desarrollo del empleo” cerrados por falta de presupuesto para arreglar los desperfectos por estar cerrados por falta de presupuesto… Al igual que en nuestro pueblo, en cada uno de nosotros la desidia y el desinterés nos hacen vivir con rincones llenos de suciedad, con energías inactivas, con telarañas en la conciencia.

Es adviento, estamos entre dos luces, comienza a amanecer. Hay que deshacerse del embotamiento que provoca el acostumbrarse al pecado y de la desidia ante la injusticia y la maldad; comencemos a preparar un camino por el que los pobres y los humildes tengan un lugar de dignidad en nuestro corazón y en nuestro pueblo; un lugar que nos permita caminar hacia el bien, hacia un amor más grande.

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Primera tarea de este adviento: desvélate y revélate contra tus hipocresías, decídete a acabar con tu indolencia y desidia.

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