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(Mateo 25, 1-13) Algunas veces decimos con amargura: “Tenemos lo que nos merecemos”. Casi siempre es el reconocimiento de una culpa, de nuestra responsabilidad en las situaciones negativas que nos vienen. Es ese un sentimiento sano, porque crece en la verdad. Muchas veces en la vida, tenemos lo que hemos ido amasando con nuestra desidia o con nuestro pecado, con nuestra inconsciencia y nuestra falta de previsión.

Cuando son siempre los demás los que tienen la culpa de todo lo malo que nos pasa vivimos en la mentira. Piensa en alguno de esos momentos de tu vida en que recibiste, desgraciadamente, lo que merecías. Ya no tiene arreglo, claro; pero perder no siempre es perder, puede ser aprender para otra vez. Otras veces: “tenemos lo que nos merecemos”, alude a una responsabilidad compartida: sufrimientos colectivos a causa de irresponsabilidades colectivas en las que nosotros no siempre hemos caído. 

De cualquier manera, la palabra que tú puedas decir sobre tu vida nunca será la última, solo será la penúltima palabra. Nuestro decir es tan débil y quebradizo, tan mudable e inestable… La última palabra sobre tu vida la tiene quien te ama. Y a quien te ama no le importan tus pecados o tus responsabilidades, tus debilidades o tus incoherencias. A quien te ama le importas tú. Que no se te olvide esto nunca.

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«No te aflijas como si fueras una persona sin esperanza», consolémosnos con estas palabras de Pablo a los cristianos de Tesalónica. Porque la última palabra en nuestra vida la tiene el que es Señor de Misericordia. Mientras tanto que nuestras palabras y acciones sean dignas del amor que nos entrega.

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