Cuando se sube a la terraza de su domicilio en la calle Aníbal González, lo primero que se encuentra es un letrero en madera que dice “La Huerta de Rafael” y muchas flores. Y durante los meses de confinamiento por el Covid-19, se ha convertido en el refugio de Rafael Salguero Jiménez, un hombre de 72 años, que no ha salido de casa en dos meses, pero que se ha dedicado en cuerpo y alma a poner a punto este museo floral en la azotea.
Aunque carpintero de profesión, ya jubilado, el mundo del campo siempre ha estado muy presente por tradición familiar en la vida de este hombre que se presenta “como una persona muy inquieta y que no puedo estar sentado todo el día”. Por lo que no duda un momento al afirmar que “las flores me han salvado la vida, ya que me han ayudado a llevar mucho mejor este encierro obligado”.
Reconoce que no lleva la cuenta de las especies que atesora esta huerta, desde que a los pocos años de mudarse a este domicilio, en el año 2000, comenzara a comprar sus primeras plantas.
Hay árboles frutales, como una parra o un limonero, verduras, como pimientos o tomates, así como muchas plantas aromáticas. Además de todas las especies más típicas de esta tierra, incluso algunas que ya no son fáciles de encontrar en viveros, como las palmiras. Pero a Rafael, sobre todo, le gustan “aquellas con flores, ya que dan otra alegría al jardín”.
De esta dedicación diaria, a la que se entrega más tras su jubilación hace siete años, con lo que más disfruta “es con el proceso de plantar la semilla y observar luego su crecimiento”. Una labor que realiza desde siempre de manera autodidacta.
Un trabajo diario
Además de quitar las hojas secas cada día, Rafael dedica sus horas en esta huerta a podar las flores o trasplantarlas. Cuidando al detalle sus plantas, ya que, incluso le gusta ponerles música clásica. También, en este tiempo de encierro ha aprovechado la ocasión para construir un arriate de madera o cambiar la pérgola para que las horas fuertes de sol no afecten a sus flores.