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Tras el horror

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Juan 20,1-9

Tras el horror, el vacío; tras el vacío, la pregunta; tras la pregunta, una búsqueda que lleva a la fe.

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Ya ha pasado el «boom» mediático; los periodistas que grabaron la muerte de su esposa han vuelto a sus casas con sus familias, y han comenzado a preparar otro reportaje; los columnistas han vuelto a alabar o a criticar al político de turno; la vida sigue igual, para todos menos para él. Ángel ha perdido a su mujer y su vacío no lo llena nada; ha sido él, han sido sus manos las que le han facilitado el suicidio, y eso permanece para siempre; ha dejado que las imágenes de su rostro y su cuerpo sufriente sean mercancía mediática… Y ahora está solo con todo eso.

Poner límite a la calidad de vida de una persona para despenalizar la ayuda al suicidio, o para que alguien a sueldo lo haga, es cruel; es lo mismo que decirle a esos enfermos que su vida ya no tiene sentido y que pueden pensar en acabar con ella, que así, incluso, sus familiares estarán mejor…; es abrir la puerta, también, a ayudas al suicidio «demasiado» interesadas.

Ángel se ha quedado solo, pero María José sigue viviendo de una manera distinta, ya sin el dolor y la parálisis de la enfermedad. Tras toda experiencia de sufrimiento y de horror, se abre el silencio en el que aparece la luz y la presencia. Los creyentes somos testigos de ello, y en los que no lo sois el corazón busca intuirlo. Hay quien tarda años en descubrirlo, porque el dolor lo ha dejado como ciego; pero siempre la vida se impone a la muerte, como ocurrió en Cristo, primogénito de toda criatura, sentido último y primero de nuestra existencia.

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