El bautismo y más

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Lucas 3,15-22

JUAN, EL BAUTISTA creó un movimiento de renovación social y religiosa en la Judea de comienzos del siglo I. En una sociedad tan teocrática como aquella toda reforma religiosa conllevaba reforma social y era condición necesaria para cualquier cambio político-militar.

Pero los datos que tenemos de la predicación y la vida de Juan, circunscriben su actuación al ámbito de lo religioso. Su predicación fue una llamada a la conversión, a abandonar la hipocresía religiosa y el abuso de los más pobres, a reconocer los propios pecados y acoger un signo de purificación.

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Jesús escuchó hablar, como todos los judíos, de la fuerza de la palabra y de la valentía y la coherencia de vida del Bautista y fue al Jordán. Al verlo y escucharlo le convenció su propuesta y acogió, él mismo, el bautismo como signo de purificación y de conversión del pueblo.

Pero, para él aquel bautismo significó más; al ver al pueblo que en masa iba a escuchar al Bautista, al escuchar las atronadoras denuncias de Juan, al abrirse a su propia llamada y vocación, Jesús escucha la voz del Padre que le muestra el camino de su misión: ser testimonio del amor de Dios a todos los hombres. Jesús había de ser el Hijo que hace posible la fraternidad.

«Tú eres mi hijo amado, en quien me complazco», su relación con el Padre era luminosa, ante ella toda sombra retrocedía. Le hace ver, además, que su hora se aproxima y queda en expectante espera. No tardará mucho.

Todas las grandes transformaciones comienzan por un momento de silencio fecundo y luminoso. Al comenzar este año, qué tal si encuentras un momento de silencio para escuchar en Cristo: «Tú también eres mi hijo amado, a tus hermanos te envío».

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