San Juan de lo inesperado

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(Lucas 1, 57-80) Pocas figuras bíblicas tan queridas y de tanta devoción entre los cristianos como San Juan Bautista. Sin ser apóstol, fue el primero que señaló a Jesús como el redentor de la humanidad. Sin confesar a Jesús como Dios y Hombre verdadero, dio su vida por vivir la voluntad de Dios, lo que hizo creíble su testimonio sobre el Nazareno. Habiendo intuido sólo la fuerza de Dios en la historia, se convirtió en instrumento por el que el Hijo acogió la misión de ser el Evangelio para todos.
La vida de San Juan es la vida de lo inesperado. Inesperado fue su nacimiento: de padre y madre mayores que habían desesperado de tener ya descendencia. Inesperado el nombre que se le puso y que mostraba que la misión de aquel niño no era, simplemente, la de continuar la línea de la vida de su propia familia, sino la de estar abierto a la justicia y la grandeza de Dios. Inesperada para él mismo la actitud humilde y sencilla de un Mesías que no se mostraba poderoso e imponente, que era buena noticia para los pobres sin anularlos, que traía el perdón y la reconciliación no con leyes y amnistías, sino con sus manos y su mirada.

Nosotros, como Juan el Bautista, hemos de estar abiertos a las sorpresas de Dios, más grandes siempre que nuestras programaciones y capacidad de previsión. Como Juan Bautista necesitados siempre de seguir convirtiéndonos a la misericordia y la pobreza de Jesucristo. Como San Juan llamados a denunciar toda la inhumanidad que existe en este mundo, y que clama al cielo, por encima incluso de credos religiosos o de pertenencias a instituciones eclesiales. Las llamadas de la justicia y la pobreza siempre sorprenden e incomodan.

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