Motivos para confiar

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(Juan 24, 35-48) NOS CUENTA el evangelio de Lucas que la resurrección de Jesús fue una sorpresa tan grande para los discípulos que aun teniéndolo a su lado, aun estando hablándoles, tenían dudas y no terminaban de creerlo del todo. Ante esas dudas Jesús los invita a tocarlo, a abrazarlo, y quiere comer con ellos. Lo que las palabras no pueden conseguir, un abrazo fraterno, una comida de amigos lo puede lograr. Gracias a Dios no somos sólo seres racionales, sino también seres con piel y corazón.
Antes de que entendiéramos las palabras que nos decían, eran los besos y las caricias de nuestros padres, el tacto con su piel y sus cuidados, los que nos enseñaban que somos seres con dignidad, que podíamos confiar en ellos, que nada debíamos temer. Cada beso, cada abrazo nos daba a entender: “Estoy aquí a tu lado, no tienes nada que temer”.

Jesús resucitado sigue abrazándonos y besándonos, sigue asegurando nuestra vida en su confiabilidad. En la eucaristía acaricia y abraza nuestra alma; en la comunidad cristiana nos permite ver su sonrisa que acoge y su mano protectora. Este es el gran reto que tenemos en la Iglesia para ser signos de la resurrección: acariciar y acoger a los sencillos del pueblo que sufren.

Un Dios sin Cristo; un Cristo sin Iglesia; una Iglesia lejana al pueblo; sólo son espejismos en la nebulosa. Cristo no muestra el amor de Dios; la Iglesia ha de ser presencia de Cristo entre su pueblo. Nuestras sonrisas y nuestros abrazos, nuestra cercanía y comprensión, nuestro compromiso con la justicia, serán motivos para que se confíe en la autenticidad de la resurrección.

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