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1881. Costumbres perdidas de la Semana Santa nazarena

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Hasta principios del siglo XX existieron en nuestra villa una serie de tradiciones vinculadas con la Semana Santa que fueron poco a poco desapareciendo, no quedando rastro alguno de ellas. La primera que mencionaremos fue la celebración de los populares ‘Judas’.

Éste no era más que un muñeco suspendido en medio de la calle, y que era apaleado, a modo de entretenimiento, tras la Misa de Resurrección. El escritor sevillano Alejandro Guichot, decía a finales del siglo XIX que “el Judas, el muñeco, el mascarón, o como quiera llamársele, hecho en Sevilla, es muy sevillano, y como los confeccionados en otras partes, está muy lejos de ser una imagen del de las Escrituras. Según el traje que le ponen es además sevillano muy moderno”.

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Este muñeco estaba realizado con paja y espartos, y vestido con chaqueta, chaleco, faja y pantalones. También se le colocaba en la mano derecha una pequeña bolsa que representaba el lugar donde se guardaron las treinta monedas que recibió Iscariote por traicionar a Cristo.

El apaleamiento del muñeco ocasionaba altercados y desórdenes públicos. Esta sería la razón principal de su desaparición. En los primeros años de la Restauración borbónica era fundamental guardar el orden en las calles de la localidad. Y el consistorio nazareno estaba decidido a corregir ciertas costumbres que consideraba indecorosas o que atentaban contra el referido orden público. De este modo, en las Ordenanzas Municipales aprobadas en 1881, concretamente en su artículo décimo, se prohibía expresamente “colocar muñecos llamados Judas dentro de la población”.

En los años sucesivos, el entonces alcalde liberal Juan Luis de Cózar emitió numerosos bandos para recordar aquella disposición de las Ordenanzas, solicitando, a la vez, ayuda a la Guardia Civil para su correcto cumplimiento. Finalmente, en los últimos años de la década de 1880 esta vieja costumbre, cuyos orígenes en nuestra localidad desconocemos, desapareció por completo.

1881. Costumbres perdidas de la Semana Santa nazarena

Otra costumbre que estuvo arraigada entre los nazarenos fue el de los disparos el Sábado Santo y Domingo de Resurrección. Las primeras referencias no van más allá de 1877. Dos años más tarde, el alcalde José Carballido emitió un bando en el que se decía que “para evitar las desgracias que pudieran ocurrir en el Sábado Santo, día en que al anunciar las campanas el toque de Gloria, se hacen disparos hasta por algunos menores de edad, quedan absolutamente prohibido éstos en el repetido día y domingo de Resurrección”.

Pero este bando no dio los resultados esperados y la costumbre de los disparos prosiguió. Las citadas Ordenanzas Municipales de 1881 volvieron a hacer hincapié en la prohibición, que se hacía extensiva a los cohetes y petardos que también se lanzaban en esas jornadas. El incumplimiento traía acarreada una multa que oscilaba entre una y cinco pesetas, lo que venía a suponer el importe de un jornal. Hasta 1884 encontramos bandos que prohibían estas acciones. A partir de ese momento, los disparos del Sábado Santo corrieron la misma suerte que los Judas.

También era costumbre en los años finales del XIX que durante la procesión del Santo Cristo de la Vera-Cruz, entre otras cosas, se cerrasen las puertas y ventanas de las casas y tabernas situadas en el itinerario de aquella cofradía. Sin embargo, en esas fechas aquella costumbre se había relajado, tanto es así que el consistorio (que, además, velaba por la moralidad de sus vecinos) vio necesario emitir bandos tan curiosos como este de marzo de 1882 que decía: “prevengo al público se abstenga de recorrer el tránsito expresado durante el tiempo que dure la procesión, teniendo las puertas y ventanas cerradas, haciéndolo a la vez todos los establecimientos de la población, cualquiera sea la calle donde estén situados”. Al mismo tiempo, prohibía “a las mujeres y niños salgan a las calles hasta que termine dicha procesión”.

No podemos terminar esta relación de viejas costumbres de la Semana Santa nazarena sin mencionar la tradicional ceremonia del Descendimiento, organizada por la hermandad del Santo Entierro y cuyas primeras noticias se remontan al último tercio del siglo XVII. Para representarla se utilizaba la primitiva imagen (hoy desaparecida) del Santo Cristo Yacente. En la sesión celebrada por esta cofradía el 22 de marzo de 1927, se sugirió la supresión del Descendimiento “como se realizaba año anteriores pues sólo era motivo de desorden e irreverencia dentro de la iglesia”. Esta sugerencia terminó cumpliéndose y aunque se tomó como excusa ese referido desorden, lo cierto es que pesó mucho más en la decisión de suprimir esta ceremonia el pésimo estado de conservación que presentaba la imagen del Santo Cristo Yacente.
1881. Costumbres perdidas de la Semana Santa nazarena

Foto del mes
Traemos a esta sección una fotografía que ya fue publicada en la Revista de Feria de 1988, pero que nos resulta muy curiosa a la vez que destacable. La instantánea, tomada en 1911, muestra a buena parte de los asistentes al ágape que se organizó tras la misa cantada por don Antonio Tinoco Rodríguez 1, hijo de Juan José Tinoco García, el que fuera sacristán durante muchos años de la iglesia de Santa María Magdalena. El escenario elegido para tal fin fue la popular ‘Villa Pepita’, denominada en aquella fecha ‘Villa Anita’. La parte que se aprecia en la fotografía es la posterior del inmueble. Entre los personajes que hemos podido identificar están los siguientes: el alcalde liberal Federico Caro Lázaro 2; el entonces concejal Juan Antonio Carazo Gómez 3; el jefe del puesto de la Guardia Civil, Federico Añino 4; el juez municipal Manuel López Grosso 5; el almacenista José Varela Gómez 6; tocado con un bombín, José Gómez Martín, que ostentaría la alcaldía nazarena en los primeros años de la dictadura de Primo de Rivera 7; Fernando Casanovas y Casanovas, empleado del Ayuntamiento 8; el también almacenista José Gómez Claro 9; José Campo, dueño de la conocida Fonda de Campo ; Antonio Gómez Zambruno, hijo del referido José Gómez Claro ; Joaquín Mejías Franco, apodado ‘Cavanoche’, que también sería alcalde de la villa (12); el concejal Manuel Herrero Velázquez (13); otro almacenista destacado, Juan Manuel Gómez Claro (14); un sonriente Arístides Reigada (15), en ese momento empleado municipal; Manuel Valera Doval, hijo del que fuera alcalde Francisco Valera Aguilar (16); un joven Manuel Andrés Traver, médico titular de la villa (17); José Muñoz Ramos, empleado municipal, y, poco después, concejal (18); Manuel Blanco, comercial de tonelería (19); Antonio Chacón y el comerciante Charles Langdon .

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