Juguetería La Esperanza

Mateo 2, 1-12

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EL JUEGO es para los niños algo esencial. Jugando aprenden a moverse y conocen la realidad; jugando aprenden a relacionarse y aceptan sus límites; para los que han vivido situaciones traumáticas, el juego es la mejor terapia con que expresar lo que han vivido y cerrar las heridas en la ternura de su alma; jugando también viven la fe.

Con sus juegos, los niños y las niñas se hacen arquitectos, músicos, cocineros, médicos que salvan vidas, jóvenes valientes que con espadas maravillosas luchan contra el mal… Alentar el juego de los niños es impulsar la esperanza.

No sólo en los niños, sino en todas las edades, nuestros juegos dicen mucho de nosotros. Y, por desgracia, muchas veces vivimos diversiones tan alienantes y superficiales que dice mal de la cultura que vivimos y de nosotros mismos. Nuestros momentos de ocio y diversión reflejan una vida que se aliena en los dimes y diretes sobre vidas ajenas convertidas en espectáculo.

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Nuestros momentos de diversión manifiestan también una vida reprimida por la promesa de una falsa sexualidad que anhelamos sabiéndola irrealizable. Nuestros ratos de entretenimiento nos llenan la retina y el corazón de una vida de lujo y de capricho que sirve de analgésico y de somnífero para no afrontar la realidad.

No estaría mal que pensemos en qué nos entretenemos, qué nos divierte. Quizás nos veamos en el espejo de nuestros deseos reprimidos, de nuestras ilusiones absolutamente ilusas, de cómo nuestro descanso nos quita la paz. Mirar a los niños jugar es el mayor regalo para nosotros, los mayores; ¿qué veremos en ellos que tanto pacifica nuestro espíritu desgastado?

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