Nos roban la esperanza

Mc 13, 33-37

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LA JUVENTUD es la época de ilusiones y esperanzas. Unas veces estas ilusiones llevan en volandas hacia un compromiso real, verdadero y concreto por cambiar el mundo; otras se quedan en meras ilusiones egocéntricas de vivir experiencias nuevas que se gastan conforme se consumen. Quien pone sus ilusiones en sí mismo sin mirar al otro, aunque consiga lo que busca -algo que no siempre pasa-, vivirá vacío y triste.
Pero hasta las mejores ilusiones de los jóvenes han de probarse. La verdadera esperanza se acrisola en el fuego de la rutina y la decepción. Ante las dificultades, quien tiene esperanza se hace fuerte; ante las decepciones, quien tiene esperanza busca nuevos caminos para realizarla; ante la rutina, supera su egoísmo y contempla con gozo sereno y con mirada amplia los pequeños signos de que su vida se está sembrando en el camino del bien.

La verdadera esperanza encuentra su fundamento no en la inquietud propia de los jóvenes, ni en nuestras ilusiones que pecan de falta de realismo. La verdadera esperanza se acompasa con la espera del campesino que aguarda el crecimiento de su cosecha. Sabe esperar día tras día el agua del cielo; está atento a las plagas y las dificultades que puedan venir a sus cultivos; contempla sereno el crecimiento de los brotes tiernos hasta que alcanzan su madurez. La verdadera esperanza espera. Y esa espera se hace con trabajo cotidiano; se apoya en la fe en Dios; se vuelve dulce, incluso, por el amor compartido.

Amigo: que ni la falta de fe, ni tu egoísmo, ni la falta de fortaleza y determinación, te roben la luz del alma, tu esperanza.

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