Conciencia abotargada

Mateo 18,15-20

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POR EL MUCHO oír sin escuchar, por el mucho mirar sin ver, y por el mucho pensar sin comprender tenemos la conciencia abotargada, hinchada, entumecida. Y como la mano o el brazo que se nos entumece, la tenemos como dormida, sin la agilidad ni la movilidad que le es propia, pocas veces nos remuerde.
Miramos acostumbradamente, con ojos bovinos, el mal y la injusticia que entreveran nuestro mundo, y acabamos pensando que la injustica es natural, que la desigualdad es necesaria, y que el egoísmo es la condición de todo ser humano. Tú y yo también. Por eso tú y yo necesitamos que sacudan nuestra conciencia con la adusta vara de la verdad y nos devuelvan a la sencillez luminosa del Evangelio.

No hay denuncia más fuerte y severa de nuestro aburguesamiento que la vida de Jesucristo como se nos narra en los Evangelios. Su comprensión con los pecadores, denuncia nuestro legalismo y nuestros prejuicios. Su denuncia de la idolatría del dinero, pone a la luz nuestro afán de que nada ni nadie perturbe nuestra vida acomodada y nuestra religiosidad decorativa de cuadros, medallas, imágenes… Sus palabras sencillas y certeras siguen alertándonos de la importancia del amor en la pareja, del respeto a nuestros mayores, de la atención que debemos a quien necesita nuestra ayuda, de la necesidad que tenemos de levantar cada día nuestras manos agradecidas a Dios, que es Padre de todos, para vivir en nuestra verdad de criaturas con alma.

Necesitamos testigos de Jesucristo que nos adviertan de nuestros desvíos y nos animen a vivir la fe. Todos lo necesitamos. Y porque todos lo necesitamos sólo cabe que todos, unos a otros, sirvamos de denuncia y de ejemplo.

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