La calle Santa Ana

Callejero histórico

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Esta calle, que une la plaza de la Constitución con la actual calle Nuestra Señora del Carmen, es una de las más antiguas de la población y, sin embargo, careció de denominación oficial hasta los últimos momentos del siglo XIX. Del mismo modo, en esta vía no existieron hasta esa fecha viviendas, tan sólo una iglesia, una ermita, varias haciendas y otros edificios de labor cuyas puertas principales daban a otras vías cercanas. Por esta razón nunca apareció en los antiguos padrones de vecinos de la localidad.

La vida de esta céntrica calle continuó casi sin pena ni gloria hasta que en 1886 se estableció junto a la capilla de Santa Ana el convento de las religiosas Dominicas del Santísimo Sacramento. Aquello supuso un hecho destacado tanto para nuestra ciudad como para esta calle. A esta última le dio cierta ‘vida’, pues en el convento existió, además, una escuela a la que acudían cada día numerosas niñas. 1897 fue un hito importante en la evolución de la calle Santa Ana.

Por una parte, en ese año recibió el nombre de la Patrona de la población y, por otro lado, también en ese año las autoridades locales decidieron incluirla en el peculiar ‘recinto’ de las fiestas patronales de Santiago y Santa Ana, junto a la plaza de Alfonso XII (hoy de la Constitución) y las calles Caro Sánchez (actual Santa María Magdalena), Sagrado Corazón de Jesús (Canónigo) y San Francisco. Y, además, en ese 1897 formó parte del recorrido de la procesión del Corpus Christi, por lo que fue engalanada para la ocasión.

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En el padrón parroquial de 1900 (uno de los primeros en los que aparece esta vía) tan sólo se reseñan el convento (formado por la superiora, seis religiosas y una novicia) y dos viviendas: la n.º 2 y la n.º 4. En la primera de ellas residía don Jesús de Grimarest, su familia (formada por su esposa doña Andrea Gómez, sus tres hijos y su cuñado Fernando Gómez Rodríguez) y el personal del servicio (Paula Moreno Garrido, Miguel Román Román y Patrocinio Cotán Reina).

La calle Santa Ana en el callejero histórico

Vecinos destacados
Varios han sido los ilustres vecinos que han morado en esta céntrica calle. Uno de ellos fue don Jesús de Grimarest y Villasís (1857-1924), concejal y alcalde de la villa [1920-1921], que residió en el n.º 2 entre 1898 y 1904, aproximadamente. De sus años en esta calle existe una curiosa anécdota que tuvo lugar en 1899. En ese año quedó dañada la campana llamada La Pastora que había en el campanario de la parroquia y que miraba a esta vía. El maestro de obras Juan López subió para reconocer el estado en que se encontraba y comprobó que había que retirarla. No se le ocurrió otra mejor forma de bajar la campana que arrojarla directamente a la calle Santa Ana. Es fácil adivinar el estruendo que ocasionó tal acción. La campana quedó totalmente destrozada al igual que los cristales y puerta principal de la casa de don Jesús, que salió enfadado a la calle escopeta en mano. Sin embargo, el incidente no pasó a mayores, aunque la enemistad entre López y Grimarest duró bastante tiempo. Tampoco podemos dejar a un lado la figura de Francisco de Paula Vigil (1777-1839), aquel sochantre bonachón que conoció a Fernán Caballero y que residió en la vivienda de la capilla, cuya puerta principal miraba a esta calle. Y, por último, en el n.º 4 residió en los primeros años del siglo XX Manuel Rodríguez y Rodríguez (1846-1929), organista de la parroquia y alcalde de la villa en el período de 1899-1901.

En la casa n.º 4, por su parte, vivía doña Luisa Ortiz, viuda de Sierra, y sus cuatro hijos más su asistenta Consolación Cintado.En aquella vivienda donde había residido Grimarest quedó instalado hacia 1907 el Colegio Sagrada Familia, después de haber estado durante unos años en la vecina hacienda de La Mina Grande. Según se recoge en el padrón parroquial de 1908, vivían en el colegio seis religiosas con la superiora sor Rafaela Francés (1855-1918) a la cabeza, una criada, llamada María Cabeza, y seis niñas internas (Mercedes Vázquez, Concepción y Pastora de Castro, Encarnación Aguilar y las hermanas Antonia y Salud Perellín). En esa casa n.º 2 de la calle Santa Ana permaneció el referido colegio hasta que en 1915 pasó a su actual ubicación en Real de Utrera.

Poco tiempo después, en la sesión celebrada por el consistorio nazareno el 23 de febrero de 1910, el entonces alcalde Federico Caro Lázaro manifestó la necesidad de arreglar varias calles de la población, entre las que se encontraba la de Santa Ana. Y se haría “conforme se vaya pudiendo”. Debemos recordar que esta calle también era de albero, por lo que durante la mayor parte del año estaba casi intransitable. Pero el arreglo de la calle Santa Ana no llegaba.

Obras en la zona

El presupuesto municipal se iba gastando en las obras del adoquinado de la calle del Canónigo, en la adquisición y construcción del paseo que llevaría el nombre de aquel alcalde y en la reparación de otras calles mucho más transitadas e importantes, como por ejemplo la de Nuestra Señora de Valme. Hubo que esperar hasta 1927 para que se procediese a su adoquinado. En la sesión de 15 de marzo de ese año se acordó pavimentar diversas calles de la villa, entre ellas la de Santa Ana. Eso sí, sólo se adoquinaría el tramo comprendido entre la plaza de Alfonso XII y el convento de Santa Ana, precisamente, el tramo que comunicaba la referida plaza con la calle Real de Utrera, el más transitado. El resto de la vía quedaría exento de ese ‘privilegio’.

A principios del siglo XX, abrió sus puertas en esta calle un bar-cafetería, dándole así más dinamismo a la zona. Pero ese establecimiento no fue el único que hubo en esta calle. En 1938, tenía un café bar Fernando Barbero Pérez y una taberna Manuel Ruiz Mateos. Poco tiempo después, Pedro Ponce Bancalero regentaría otro café bar. A partir de ese momento, continuaron los negocios en esta calle, hasta nuestros días.

Por otra parte, aquel adoquinado de 1927 permaneció casi inalterable hasta que en 2008 se procedió a peatonalizar definitivamente el segundo tramo de la calle Santa Ana, esto es, desde la Torre del Olivar hasta la calle Nuestra Señora del Carmen. También se plantarían árboles a lo largo de este tramo, dándole a la vía el aspecto que en la actualidad podemos apreciar.

La calle Santa Ana en el callejero histórico

¿Qué nombres tuvo?
Desde su nacimiento fue siempre una calle sin denominación oficial. Se la conocía popularmente como callejuela de la ermita de Santa Ana o, también, como callejón del Diezmo, por encontrarse muy cerca de ella la casa donde se recaudaba este impuesto eclesiástico, y que hoy en día es la casa rectoral. Por fin, siendo alcalde de la villa Francisco Ávila Ramos, en la sesión de 28 de mayo de 1897, los capitulares acordaron por unanimidad imponerle un nombre oficial: Santa Ana, en honor a la Santa Patrona de esta villa, cuya ermita se ubica, precisamente, en esta vía. Cuando se proclamó la II República en 1931 se procedió a retirar del nomenclátor nazareno cualquier alusión religiosa, pero, extrañamente, continuó esta calle llevando el nombre de la Patrona. Y así ha seguido desde entonces.

Una capilla, un convento, una hacienda y una bodega…

En esta céntrica calle existieron y existen numerosos edificios que merecen ser reseñados. De todos ellos, por motivos de espacio, destacaremos cuatro. Por supuesto, la capilla de Santa Ana, quizá del s. XIV y de la que ya hablamos la semana pasada. Por otra parte, el convento de las religiosas Dominicas del Santísimo Sacramento, cuyas puertas se abrieron en 1886 junto al citado templo, que actuaría como capilla del propio cenobio.

Las religiosas se dedicaron a la enseñanza, pero también desarrollaron una gran labor asistencial a principios del siglo XX, sobre todo a raíz de la grave crisis económica que azotó a Dos-Hermanas en 1905. De esta forma, en 1907 se puso en funcionamiento en el convento lo que entonces se denominó una ‘cocina económica’ (hoy lo llamaríamos un comedor social), que alimentó a un buen número de jornaleros sumidos en la pobreza. Tal fue la gran labor realizada que el concejal Grimarest propuso que se concediesen 50 pesetas a las Dominicas por “el extraordinario trabajo que con gran celo demostraron durante el tiempo que funcionó la cocina económica”. Asimismo, al final de la calle y haciendo esquina con Nuestra Señora de Carmen, estaba la conocida hacienda de

La Mina Chica, donde residió durante un tiempo la célebre Fernán Caballero. Había pertenecido al marqués de la Mina (de ahí el nombre del predio) y en 1894 fue adquirida por Juan Manuel Gómez Claro, instalando en ella un almacén de aceitunas, activo hasta finales del siglo pasado. Y en el n.º 6 tenía su bodega el rico labrador José Gómez Martín, apodado ‘Culebra’. Una bodega que había pertenecido antes a su padre, Francisco Gómez Rivas, y que estuvo abierta hasta bien entrado el siglo XX. Hoy ocupa este edificio una conocida academia de idiomas.

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