María se quedó soñando

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(Mateo 1,18-24) TODOS RECORDAMOS la imagen de la Anunciación que los pintores del Renacimiento y el Barroco nos han regalado. María de Nazaret humilde y sobrecogida ante un respetuoso y deslumbrante arcángel San Gabriel que con una azucena en la mano le da la noticia de que va a ser la Madre del Salvador. Rupnik, un artista contemporáneo, recrea esta iconografía de una manera distinta.

En alguno de ellos representa a María de Nazaret no con un libro entre sus manos sino como abarcada toda ella en un papiro. No es ella la que lee unas palabras sagradas; es la Palabra de Dios la que ha comenzado a poseerla. Así puede ser también en nosotros: cuando descubrimos lo que Dios nos pide y nos entregamos a su llamada, todo lo que somos y hacemos tiene norte y sentido, tenemos la íntima certeza de vivir en su Misericordia.

En otros de los mosaicos de Rupnik aparece María de Nazaret devanando una madeja de hilo rojo. Y es que un hilo de su propia sangre iba formando el cuerpo de Jesús en su seno. Así puede ser también en nuestra vida: vamos devanando horas y días, y en ellos podemos ir entregando nuestro amor, nuestra sangre; quien quiere salvar su vida la pierde, pero quien acepta entregarla generosa y humildemente verá que Cristo toma cuerpo en su historia, que su sueño de libertad y vida nueva se va haciendo realidad.

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La última frase del Evangelio de la Anunciación: “Y la dejó el ángel”, hace que Rupnik pinte a María abrazada al papiro de la Palabra de Dios, recostando en ella su cabeza, como si durmiera. Un silencio profundo la ha llenado de paz. Esa paz no la abandonará nunca, aunque vaya presurosa por empinados caminos a ayudar a Isabel, su pariente, que la estaba necesitando.

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