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Consistencia

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UNA PERSONA consistente: sólida, sensata, tenaz, prudente, que sabe resistir en las dificultades, que vive en coherencia entre lo que piensa, lo que siente y lo que dice, fiel a su palabra, que vive sin condenar porque sabe de la debilidad en carne propia.

Para entregar la vida hace falta ser una persona consistente; una persona se puede donar porque es dueña de sí.
Jesús de Nazaret, entre otras cosas que se pueden decir de él, fue una persona consistente. Por eso hasta en medio de la debilidad más extrema se convirtió en fuente de fortaleza para quien lo contemplaba; por eso hasta en medio de las tinieblas más densas se convirtió en luz.

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Toda la vida en tensión de Reino, fue tomando decisiones importantes en el momento que consideró oportuno: años silenciosos en Nazaret, comienzo de la evangelización en Galilea, la elección de los doce, la decisión de ir a Jerusalén, la convicción profunda de que su vida iba a ser cauce de salvación para muchos… Decisiones tomadas en libertad, sin apresurarse, sin temores paralizantes, sin otro interés que cumplir la voluntad del Padre. Supo desde el principio que no iba a arreglarlo todo, ni siquiera intentó –en un empeño activista- “hacer todo lo que estaba en su mano”, sólo quiso vivir la llamada que Dios Padre lo constituía en su Hijo, el Primogénito de todos los hermanos.

Jesús de Nazaret fue una persona consistente, recia y dulce a la vez, lúcida y utópica, en entrega radical a la llamada del Padre. Al contemplarlo nuestra vida se ilumina con esa consistencia que nos falta; de la coherencia que se nos pide; de la serenidad que nos hace vivir en esperanza, incluso en el de sierto.

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