Incorporarse

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(Jn 2, 13-25) Virtud es vigor –capacidad, fuerza, empuje- para hacer el bien. Si la primera de las virtudes cristianas es capacidad de agradecer, la segunda es capacidad de incorporarse, de formar cuerpo con otros para impulsar juntos la constante novedad del evangelio.

Incorporarse es formar parte con otros de una corriente de vida que le da sentido a la nuestra. Nos incorporamos a un grupo de amigos para vivir la alegría y la madurez de la amistad; a un grupo concreto que con su acción busca transformar la historia; a una comunidad parroquial para ser signo del Evangelio. El que se incorpora se sabe parte de un cuerpo, sabe que necesita a los otros y que sin los otros no es nada; que los demás, en sus carencias y debilidades, también lo necesitan a él, y que su vida y sus capacidades son importantes. Quien se incorpora descubre que los demás son tan débiles e importantes como él mismo. Quien se incorpora vive una humildad activa, una sencillez comprometida; busca interpelar respetuosamente a todos, sabiéndose uno más. Incorporarnos es también levantar la cabeza; alzarnos de nuestra postración y desesperanza; es comenzar de nuevo después de tropezar y caernos; es volver a mirar al horizonte; mirar otra vez a los ojos de nuestros hermanos.

Los orgullosos no se incorporan a nada. Lo quieren ser todo; quieren ser el primero y el último; el que diga la primera palabra y la palabra definitiva. Pero los orgullosos, más pronto que tarde, nos caemos de la parra y descubrimos que por querer serlo todo hemos acabado por no ser nada.

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Cristo te necesita para que seas reflejo de su luz y semilla de su vida en el mundo en el que estás; quiere, nada menos, que incorporarte a su vida; habitarte, hacerte su templo.

 

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