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Agradecer

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(Mc 9, 2-10) Hay palabras que crean en el mero pronunciarse. Palabras que realizan incluso lo inesperado, lo que ni buscábamos siquiera. Así es la palabra que da las gracias.

Quien da las gracias reconoce la bondad que con él han hecho; re-acoge el don que se le hizo; re-valora el bien que se le entregó. Quien da las gracias hace crecer el don, la bondad y el bien. A veces los dones que recibimos nos parece que ya nos lo merecíamos, y no les hacemos aprecio. Disfrutamos lo que se nos da, pero no nos recreamos en ello, ni nos recreamos en el amor o la bondad de la persona que nos los entrega. Quien da las gracias se recrea en el amor y en el bien con el que lo miran; re-disfruta, espiritualmente, aquel gesto de bondad material que se le dio. Pudo ser un favor pequeño, una hora de tiempo, un largo recorrido de amistad, o toda una vida que nos entrega y en la que se nos entrega quien nos quiere. Esto es mucho, pero es sólo lo que en la misma persona agraciada sucede.

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Quien da las gracias crea también gracia en los demás; ofrece el don de su sonrisa; entrega un bien de sí mismo, de su propia vida, al dejar a un lado lo recibido para mirar a los ojos a quien lo agració. Quien da las gracias alegra, recrea, enamora.

Ser agradecido es la virtud más importante de un cristiano. Dar las gracias, cotidiana constantemente, llena nuestro corazón de alegría. Quien no es capaz de agradecer nunca tiene bastante, nunca está contento, nunca vive lleno de gracia; deja el agua correr sin que empape su vida. Quien da las gracias reconoce que el Donante es el verdadero don. ¿Cómo no agradecerte tu Hijo entregado por nosotros y el Espíritu que nos recrea descubriéndonos la Gracia?

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