Manifiesto contra la violencia

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53, solo un número. Dos cifras al azar, alineadas para expresar la nada de aquello que significa todo. Solo un umbral. Un umbral por debajo del cual la realidad choca con la fantasía de lo que podría haber sido, y que jamás será, y por encima del cual solo existe el olvido. Porque a veces los números esconden significados que van mucho más allá y tragedias para las que no hay memoria. Y 53 es solo eso, un número.

53 fueron las mujeres asesinadas por sus parejas el pasado año en nuestro país, y 53 fue también el año en que, después de mucho tiempo de reivindicaciones, las mujeres consiguieron el pleno derecho de su voto en Méjico, por ejemplo. Y es que eso es lo que tienen los números, unas coincidencias que llevan dentro unas contradicciones tan enormes como la trágica sombra de una realidad que todavía está lejos de ser lo que debería ser, y que sigue oscureciendo las vidas de miles de mujeres de nuestro país sobre las que se cierne, horas tras hora, día tras día, el miedo brutal que las consume: el de no saber qué pasará al día siguiente de aquella paliza; el de los gritos que ya han lanzado sus gargantas y el eco de los que vendrán; el de ver y sentir cómo todo se desmorona y se hace escombros; el de los sollozos y el terror de aquella pequeña de cinco años que espera en su cama a que pase una tempestad que quizás no acabe nunca; el de un cuchillo clavado en el pecho que acabará con todo.

Pero también hay otros números. Números para los que no existe la memoria, de esos que decíamos que quedan en el olvido. El de aquellas mujeres que no se atreven a denunciar por ese miedo aprendido, ese miedo que las abandona a creer ya nada es posible y a aceptar una tragedia ante la que hay salida. Porque la hay. Y está en atreverse a dar el primer paso, en sacar las fuerzas de un corazón que grite: “¡Nunca más!” Porque si hay una fuerza con la que podemos hacer algo para cambiar las cosas, es con la de la sangre que hay en nuestras venas, esa que quiere seguir fluyendo, por todo lo que ha sido en el pasado y todo lo que le queda por vivir. Por lo que vendrá y por aquello que amamos y que nos alienta: por nuestras hijas e hijos; por un nuevo comienzo; por nuestros seres queridos; por nosotras; y por las que se han quedado en el camino. Para salir de una vez y vivir para contarlo, y para que jamás haya ni una más que no pueda hacer eso, vivir para contarlo.

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Para ello no solo es necesaria la máxima implicación de los organismos públicos, sino una respuesta masiva de la sociedad civil en su totalidad. Porque cada una de nosotras y nosotros somos parte de la solución y tenemos mucho que ofrecer si por fin somos conscientes de que podemos ayudar a que cambien las cosas. Y porque mirar hacia otro lado ante las desigualdades o ser pasivos ante un abuso o un maltrato nos convierte en cómplices de lo que sucede. Así que pongámonos manos a la obra y tomemos parte activa para cambiar las cosas, involucrándonos y jamás mirando hacia otro lado, porque detrás de pequeños actos que podemos hacer puede estar la diferencia entre un corazón que late y otro que deja de latir.

Solo el futuro dirá si lo hemos conseguido. Mientras tanto miles de mujeres seguirán día a día viviendo con el miedo de no saber si habrá un mañana. Muchas de ellas se atreverán a denunciar y terminarán viviendo para contarlo. Otras seguirán enterradas en el miedo durante años, acostumbrándose a la barbarie y el maltrato. Y otras, por desgracia, acabarán siendo un número. Pero solo de nosotras y nosotros, de las instituciones y las personas, dependerá que sean mucho más que eso: la razón por la que nos comprometemos a crear un cambio real en cómo queremos que sea el futuro, en el cual solo la igualdad y la vida tienen cabida; la razón por la que jamás, nunca jamás, 53 sea eso, solo un número.
Dos mujeres asesinadas en lo que va de año.

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