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Representantes

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(Mateo 5, 13-16) TODOS LOS CRISTIANOS estamos llamados por Jesucristo a ir anunciando con nuestras palabras y nuestras obras la Buena Noticia de que Dios es Padre de todos. Pero hay unos “representantes cualificados” de esa tarea, que es la tarea de la Iglesia. Esos representantes somos los sacerdotes.

Muchas veces no estamos a la altura de la llamada que se nos hizo. Representar a Cristo ante la comunidad cristiana es tarea harto difícil, que excede las fuerzas de cualquier persona. A veces estamos muy por debajo de esa llamada. ¿Qué podéis hacer los cristianos “de a pie” para ayudarnos a vivir esa vocación especial?

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Lo primero es no creer que estáis en la verdad plena, y que el sacerdote de turno está completamente equivocado y es sólo él el que tiene que cambiar. La prepotencia no es exclusiva de los clérigos. Y siempre cercena caminos de crecimiento y comunión. Lo segundo es tener paciencia con nosotros. Somos personas, unos pecan de jóvenes; otros de viejos; otros de estar cansados; otros de no tener las capacidades que serían necesarias… Pero ni ser viejo, ni ser joven, ni estar cansado, ni ser un poco “torpe” es “pecado” que no se cure con el tiempo.

Después de estos dos requisitos previos, usad de la sinceridad aderezada con la prudencia, del testimonio constante y sencillo de vuestra bondad, de los ánimos en todo lo bueno que veáis en nosotros, y de la exigencia perseverante en todo lo que sea auténticamente evangélico (la búsqueda de la oveja perdida, la atención a los que más sufren, el anuncio del evangelio de Jesucristo…).

Aunque quizás todo esto sirviera también al revés. ¿Verdad?

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